CON LOS PELOS DE PUNTA
Todo lo irritaba, su vida principalmente. Cada pequeño hecho que se le interponía le ponía los pelos de punta. No podía continuar así, debía encontrarle la punta al ovillo. Era muy tedioso convivir con su impaciencia, con su irritabilidad. Fue así que decidió salir a buscar a un experto en el arte de reparar la cordura perdida, porque no solo era su irascibilidad lo que le preocupaba, sino el no poder disimularlo ante resto del mundo. Aquella mañana, no titubeó, se puso lo primero que tomó del placard de los lamentos y salió rápidamente en busca de un buen terapeuta. La idea era darle pelea a las fobias y demás cuestiones del cerebro. Pidió un turno, y como de costumbre le dieron una fecha eviterna, eviterna al menos para sus fluctuaciones y ansiedades. Dos interminables meses lo separaban de la admisión; luego seguir esperando para empezar el tratamiento hacia una cura definitiva si es que la había. Mientras tanto debía tratar de que nada le altere su monotonía, su...