CON LOS PELOS DE PUNTA




Todo lo irritaba, su vida principalmente. Cada pequeño hecho que se le interponía le ponía los pelos de punta. No podía continuar así, debía encontrarle la punta al ovillo. Era muy tedioso convivir con su impaciencia, con su irritabilidad.
Fue así que decidió salir a buscar a un experto en el arte de reparar la cordura perdida, porque no solo era su irascibilidad lo que le preocupaba, sino el no poder disimularlo ante resto del mundo.
Aquella mañana, no titubeó, se puso lo primero que tomó del placard de los lamentos y salió rápidamente en  busca de un buen terapeuta. La idea era darle pelea a las  fobias y demás cuestiones del cerebro. Pidió un turno, y como de costumbre le dieron una fecha eviterna, eviterna al menos para sus fluctuaciones y ansiedades. Dos interminables meses lo separaban de la admisión; luego seguir esperando para empezar el tratamiento hacia una cura definitiva si es que la había. Mientras tanto debía tratar de que nada le altere su monotonía, su desasosiego. Lo mejor era recluirse en su madriguera oscura, en la soledad, donde nada ni nadie podría hacerlo erizar. Allí donde se sentía protegido del mundo exterior.
Ese ostracismo fue momentáneo, tenía que alimentarse, comer hojas, semillas, frutos de algún árbol perenne. Debía salir a ganarse el sustento. Y si las malas cosechas venían se tenía que contentar con cortezas duras, corroídas e insaciables. Tenía obligaciones pendientes que no podían hacerse esperar tantas semanas, esa vida tediosa una vez más llena de obligaciones y sinsabores.
Como buen noctámbulo, le gustaba moverse en la oscuridad, cuando casi todos duermen. Cuando la soledad no se entromete en asuntos que no le corresponden. Y así con su rareza a cuestas y su mal carácter trató de que el tiempo pase, sin que nada pase. Un statu quo buscado a priori.
Una noche se despertó inquieto, todo sudado, no pudo dejar pasar desapercibida su ira, secuenció en sus sueños un hecho que había preferido olvidar. Las espinas empezaron a asomarse y trató de no pensar.  Al rato, café de por medio, logró no volver a re pensar su pesadilla. Pero le volvía a sus pensamientos, aunque no lo quisiese, esa cabeza gigante, de un solo ojo penetrante, que lo amenazaba con un dedo acusador.
Cuando se calmó, notó un dolor intenso, se había clavado sus propias púas, esas que sirven sólo para defenderse de un depredador. Si bien, ningún veneno logró llegar a la sangre, ni siquiera el de esas lenguas viperinas que trataron de penetrar en su mente dormida cuando levitaban alrededor de la cabezota infausta; pero no lo dañaron, ni  siquiera en su pesadilla,  porque poseía su propio antídoto para defenderse de este tipo de vicisitudes. Y como reacción a semejante estímulo dantesco se enrolló en su propio cuerpecito y derrochó un sinfín de improperios sin sentido. La indiferencia no era su fuerte. Y ese no poder, era su talón de Aquiles. Otra vez su burbuja fue su única salvación hasta que llegó el día de enfrentarse a sus propias miserias.
El erizo llegó se presentó con su inusual simpatía, simpatía que aparecía cuando la cólera se opacaba, ante el profesional y le relató su vida espinosa y contradictoria. Su falta de paciencia, era el tema a tratar. El no poder lidiar con el otro, con esa otredad que irrita en lo más profundo de su entidad. Eso era lo que lo alarmaba. Lo que lo dejaba al desnudo ante los demás. Porque no podía esconderse de ese malhumor e ira.
El terapeuta le pidió que se remonte a la primera vez que sintió algo similar. Hubo una pausa, casi interminable. Cuando volvió a retomar el diálogo,  con voz quebrada dijo: “Me vi pequeño, rodeado de iguales en la escuela. Era tímido, callado, abstraído”. Y agregó con pena “era invisible”. Se hizo silencio. -¿Invisible? Le preguntó el psicoanalista. -“Sí, totalmente invisible, ninguneado. No recuerdo que me hayan hecho bullying o acoso, pero sí destrato.  Y no hay nada más horrible que no ser respetado, ser tratado con desdén. No sé siquiera si sabían que era un ser pensante, hasta atractivo”.  El analista le respondió: -“¡Qué interesante! El no ser visto, en este punto es más significativo para usted que el ser maltratado. Veremos qué significación tiene ser invisible en su vida”. El puercoespín se quedó meditando. -“Ser invisible, significa no ser. Y yo no quiero pasar por el mundo sin haber sido, sentido, vivido. Los que no son, no viven, no son vividos, no son comprendidos, no son admirados, no son y punto”. - “¡Qué interesante, su apreciación sobre la vida! O sea que si para otro no se es, tampoco se es para usted mismo. ¿Depende de la apreciación de otro para ser alguien? ¿Y qué hay de su propia opinión?”. – “Mire usted, no había reparado en eso, porque me enoja tanto lo que tienen que decir de mí, que nunca me pregunté que decía yo de mí mismo”. – ¿Y qué dice usted de usted mismo? – “Que soy un ser especial, singular, que hasta cuando me enojo tengo el arte de poner mis púas tensas para defenderme, que poseo un antibiótico propio para sanar los agravios que me propinan mis defensivas espinas, que caigo y me levanto, que me levanto y vuelvo a caer, que hago leña del árbol caído en el mejor sentido de esta frase hecha, que soy dúctil, inteligente y humilde, se río con una carcajada intensa por lo de humilde. Y agregó: “Tengo el mejor sentido del humor, y manejo muy bien la ironía”. – “¡Qué interesante! ¿Y qué sucede cuando al que le hablan con ironía es a usted?, le planteó el doctor en mentes. – “Me brotó, me enojo” – Pero vaya, ¡qué interesante! ¿Entonces, por qué se brota si usted mismo se maneja por el mismo canal? ¿O tiene malicia cuando lo hace? –“¿Malicia? No, jamás. Bueno, tal vez a veces, cuando el que tengo en frente se cree listo, y piensa que me está pasando, entonces le doy de su propia medicina. Eso me altera de sobremanera, que crean que me pueden pasar, pisar, socavar”. –“Pues otra vez, ¡Qué interesante! ¿Y desde cuándo siente eso, desde cuándo hace juicio de valor sobre lo que le dicen? –“Y desde que era chico me daba cuenta; pero odiaba que los demás crean que no me daba cuenta lo que me estaban haciendo”. – “¡Pero qué interesante! Darse cuenta de lo que el otro cree que usted no se dio cuenta. Nunca me había dado cuenta de algo semejante. ¿Y qué hizo con eso?” –“Callarme”. Se hizo una pausa. -“¿Y por qué se ha callado? ¿Y por cuánto tiempo?”- “Me he callado por años, por miedos. Un día mi padre me enseñó a no silenciarme más, eso lo aprendió él en su terapia. Y no pude sellar mis labios nunca más. Es más, empecé a levantar la voz, y como no era suficiente, mi voz alta terminó en un grito. Y mi grito terminó en insolencia. Y sí soy un insolente orgulloso”. – “ Pero mire usted, ¡qué interesantísimo!, o sea que grita para ser visto y no invisibilizado?” –“Eso es, sí, exactamente, nunca más estaré invisibilizado ni martirizado, ni ninguneado. Mi grito es un alarido por la libertad de pensamiento, y de sentimiento”. –“Pero si se siente libre ¿por qué se enoja tanto? No será que ahora usted no está respetando las otras otredades con sus propias independencias? –“No me diga eso, jamás cercenaría la libertad de otro. Amo la libertad. Lo que no amo es la estupidez humana eso me llena de ira, no puedo permitirla. -“¡Pero qué interesante! ¿Y quién es usted para medir la estupidez del otro?” –“Yo, soy yo, usted me está desafiando, y yo enfadando”.  –“¿Desafiando? ¡Pero qué interesante! ¿Por qué lo toma como un desafío, es solo una opinión? ¿Qué siente cuando opinan sobre su persona?“ –“Siento enfado. Sí me jode mucho. ¿Acaso usted señor creído, juzga que porque tiene un título pegado en la pared, puede saber más de mí, que yo? ¿Cree que me puede calificar, predecir porque desde hace una hora aproximadamente usted habla conmigo pavadas? ¡No señor, está equivocadísimo!”, sostuvo enfurecido con las púas paradas el puercoespín. – “¡Qué interesante! Usted piensa lo que yo no pienso ni pensé ni pensaré, porque no estoy sentado aquí para pensar por usted, sino para que usted pueda pensarse” –“Se cree que porque maneja aforismos, es usted un verso de Neruda o de Machado? Usted se parece más a una novelita de Corín Tellado, déjese de joder hombre”. –“Pero usted vino a verme, yo no lo fui a buscar, es muy interesante, el analista analizado”. -“¿Ah, ahora usted maneja la ironía conmigo? ¿Quién se cree que es Alejandro Dolina? Si no le llega ni al tobillo al Doctor Tangalanga! Y encima le pago para que me sobre. ¡Increíble!”.
Ya a esa altura, el puercoespín había sacado toda su artillería pesada. El doctor inmutable re preguntó: -“¿Usted siente que atacándome se está defendiendo?“ –“Exactamente, usted se cree que porque está de ese lado del diván puede decirme lo que se le cante y yo recibir toda su artillería con calma?” –“Exactamente, ¡Qué interesante que interprete lo que yo no he pronunciado! ¿Qué le pasa usted con eso de la calma?”-“La calma no está en mi inventario, la busco por doquier pero nunca pude hallarla, vivo en cortocircuito, siempre esperando que broten las púas, y luchar para no lastimar ni ser lastimado. Perdón si lo pinché con mis palabras. Siento mucha culpa”. -“¡Qué interesante, aparece la culpa! Disforia que se siente al romper las reglas culturales Es una pelea entre el ego y el superego”. –“Hábleme en criollo hombre. Es como un pajarito carpintero, la culpa taladra mi espíritu, me habla y persigue por todos lados, no me deja ser. Ni siquiera me deja gozar de mis explosiones rabiosas. La culpa es mi peor enemiga. Si tengo algo bueno, no me deja disfrutarlo porque piensa en todos aquellos a los que la felicidad no los tocó con la varita mágica. Si digo un improperio me machaca hasta que me arrepienta de haber pecado con la boca. Si hago algo fuera de la norma, me desmorona para que vuelva por el sendero del deber ser. Si no quiero lo uno, se enoja, si quiero lo otro me crucifica por ambicioso, si no quiero ni lo uno ni lo otro me martiriza por vago, si grito se ofusca por irascible, si callo me trata de servil, en fin nunca está conforme conmigo, ni yo con ella”. -“¡Ah bueno, pero qué interesante! sufrir toda una vida por este opresivo sentimiento. Sentimiento padecido por no haber vivido a la altura de las expectativas de sus padres. La culpa ocupa mucho espacio en su mundo interior. Deberá tratar de darle menos espacio”. -“Sabe doctor en algo coincidimos por primera vez desde que me acosté en este diván, los mandamientos están muy enraizados en mi inconsciente. Siento que ya me pude sacar un peso de encima o al menos comprender por qué me pesa tanto mi vida”. “No sé si lograré desalojarla hoy mismo de mi cuerpo, pero le aseguro que cada vez le daré menos cabida y más entierro en el olvido, hasta que desaparezca para siempre”.
El terapeuta miró su reloj la hora de terapia había finalizado, quedaron muchas cosas por descubrir, un mundo interior desconocido. El puercoespín se levantó más liviano, más humano, entendiéndose y mirándose desde otro lugar.
Caminó largo rato por el camino del recuerdo hacia el olvido, sonrió  y suspiró tan fuertemente que pudo despojarse de toda una vida sintiendo como Dios manda y no como manda su corazón.

Por Andrea Sigal 2020


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