Que los hay, los hay... ¡Y Ojo porque andan sueltos!


Era un atardecer de un día como cualquier otro, después de sobrellevar la rutina de otra jornada laboral, Vivian se dirigió a culminar su última tarea vespertina para luego poder gozar de las pocas horas libres de ocio que le quedaban de aquel  martes del mes de agosto.

Sin embargo, muchas veces las circunstancias del momento llevan a transitar por senderos inesperados y poco comunes.

Y así fue como ese día de invierno, Vivian se cruzó con unos extranjeros provenientes de Brasil, en la calle Sarmiento a pocas cuadras del Congreso Nacional.

Eran dos hombres perdidos por las calles de Buenos Aires que solicitaban la ayuda de una humilde servidora porteña.

Inmediatamente, se solidarizó amablemente con ellos; además le cautivó la idea de relacionarse con gente de otros lugares; porque siempre se sintió atraída por el folklore de otros pueblos.

Y allí, de pronto, se encontraron los tres parados en la esquina de Sarmiento y Paraná. El más joven de los dos fue el que encaró a la chica de unos 29 años, rubia, delgada, de piel traslúcida.

Y seductoramente le preguntó:

-¿Dónde queda el Bauen Hotel?

Ella sin dudar les indicó el camino esforzándose para que la entiendan.  Y ante la amabilidad de la joven, el muchacho aprovechó para iniciar un diálogo fluido. Su aspecto era varonil, alto, con un buen porte, ojos negros intensos y pícaros, una sonrisa cautivante y seductora. Vestía muy a la moda, campera de cuero negra, sweater gris - que dejaba ver el contorno de su masculina figura -, unos impecables zapatos modernos; y un físico que lo acompañaba a la hora de presentar toda la indumentaria costosa descripta anteriormente.

En ese marco, el hombre, con su tonada brasileña, se quejó aduciendo que los argentinos eran hostiles. Y más si tenían que ayudar a un forastero perdido en una ciudad desconocida. Manifestó haber sido engañado por un pillo que lo desvió de su trayecto porque le indicó mal el camino ex profeso.

La chica se avergonzó por la falta de solidaridad local y acompañó a los desconocidos hasta el lugar de destino. Total eran sólo unas cuadras y ella estaba de paso por esa zona.



En un castellano con acento a gringo, aunque totalmente entendible, el muchacho agradeció a Vivian por su buena disposición y le profirió una serie de halagos personales que enorgullecerían a cualquier mortal.

-¡Qué simpática eres! ¡Irradias buena onda! ¡Eres carismática! ¡Una buena persona!

De esa forma comenzó a profundizarse la charla; pero luego el matiz cambió cuando el hombre proveniente de Sao Paulo le comentó, al pasar, que se dirigían rumbo al hotel a exponer una serie de seminarios sobre parapsicología para unos clientes muy importantes de la política y de la industria argentina.

Eso no fue todo. Él miró profundamente a la señorita y le dijo a modo de favor:

-Te voy a decir algo; pero sólo porque eres tú. Te digo más aún, no sé ni por qué te conté a qué me dedico. ¿No ves que mi maestro está en silencio? A él no le agrada que hable con você de estas cosas. Pero como me caes bien, te tengo que comentar algo no muy agradable; ¿você  sabe que tiene un trabajo hecho?

Vivian se quedó estupefacta; pero no le dio mucho tiempo para pensar. Y arremetió con énfasis:

-¿Acaso no te sientes cansada todo el día, sin fuerzas? ¿No te levantas agotada? Te digo más ¿No tienes problemas de alimentación? ¿Y las cosas no se te cortan sin un por qué?

Ella no podía creer lo que estaba escuchando, todo era cierto. Estaba cansada, estresada, siempre había sido delgada y las cosas, constantemente, se le cortaban sin una explicación coherente. Y aunque no quería relacionarse con ellos, anhelaba conocer todos los detalles de su desdichada existencia. Y empezó a hacerles preguntas. Y cuánto más hablaba más se involucraba con la temática.

Fue en ese contexto, cuando el supuesto mentalista carioca, le sacó jugo al asunto. Y sin perder tiempo suavemente le dijo que ella cargaba con una cruz, que estaba condenada a pasar una vida mísera.

En ese momento, llegaron a la puerta del hotel. Él le pidió el teléfono. La muy ilusa se lo dio. Entre saludos de despedida, él insistió en ir a tomar un café. Ella le respondió que debía entregar un sobre a seis cuadras. Él insistió en acompañarla; porque había quedado deslumbrado por la simpatía de la joven argentina.

Finalmente, Vivian accedió, preguntándose:

¡¿Qué interés negativo podrían tener dos extranjeros importantes que estaban dictando en el país una serie de conferencias para personas trascendentes del quehacer nacional?!

Así los tres marcharon con rumbo cierto, pero con un final por develar. Vivian, más que ninguno, estaba allí para salvarse del pecado ajeno, de la maldad de alguien que quiso que su familia y ella no sean felices por pura crueldad. Y tal vez ellos podrían ayudar a su espíritu desconsolado.



En un bar de la calle Córdoba, entre Callao y Rodríguez Peña se sentaron los tres a dialogar.  Los supuestos parapsicólogos tenían tan sólo un par de horas para conversar con la amistosa porteña; ya que a las 21 debían comenzar a dictar el seminario en el Bauen Hotel.

Mientras el más joven continuaba con sus predicciones apocalípticas, Vivian ya no pudo contener las lágrimas que humedecieron las mejillas sonrojadas de su rostro; ya que en el momento que los había conocido su vida se tornaba ácida y desesperante. Y cuanto más tiempo pasaba, más espeluznante era la profecía que ellos ideaban para su víctima de turno. 

Ella se puso inquieta, no les quería pedir auxilio porque ellos no se lo ofrecieron voluntariamente. Y cuánto menos auxilio pedía, más era la desesperación que empezó a notar en sus interlocutores que continuaban parafraseando de modo aún más siniestro padeceres pasados, presentes y futuros.

Fue en ese momento cuando comenzó a intervenir en la charla. El hombre más maduro - el supuesto maestro que observaba el buen desempeño de su discípulo - se parecía más diplomado, correcto. Hablaba pausado.  Su aspecto elegante, esbelto, moreno. Lucía unas gruesas cadenas de oro colgadas de su cuello y siempre miraba con atención los movimientos de su víctima. Era amable, cordial; argumentaba que su país era de puertas abiertas, con una casa que albergaba con buen tino las visitas, una cualidad que sólo pudo visualizar en el interior de la Argentina.




La conversación se tornó más distendida, hasta que otra vez volvieron arremeter contra su presa; pero a dúo. 

-“Tú te quieres curar o pretendes cargar con esa cruz? Mirá que te estás secando en vida, te vas a morir si no haces algo ya. ¿Acaso no tienes problemas de columna você? ¿No tienes nódulos en el pecho? ¿Y trastornos en los ovarios?”

Vivian con los ojos húmedos y el corazón herido les preguntó qué podía hacer ella para revertir la situación, cómo podía terminar con el hechizo. La respuesta tajante fue:

“Buscate alguno de tu confianza que sepa curar este mal; pero pronto”.

Ella comenzó a desesperarse no conocía a nadie que pudiera ayudarla, sabía que habían muchos manos chantas sueltos; pero dónde encontrar uno de verdad, si es que lo había. Ellos eran su última posibilidad para remediar el maleficio y estaban allí sentados frente a ella y no querían hacer nada para salvarla.

Fue allí que las cosas comenzaron a esclarecerse. Vivian nunca fue una chica ilusa. Era despierta, vivaz y muy desconfiada por sobre todas las cosas. Y esa desconfianza la salvó a tiempo de las garras de estos usurpadores de la buena fe ajena.

A partir de ese instante, Vivian comenzó a jugar su juego. No quería perder su última oportunidad de ser feliz; pero tampoco iba a dejarse engañar por dos astutos individuos diplomados en el arte de estafar.

La joven les aclaró: 

-“Me voy a tener que poner en las manos de Dios porque no tengo un peso para pagar. Dios sabe lo que hace y si de última quiere que pase por esto, voy a respetar su voluntad”

Rápidamente, los maleantes retrucaron:

-“Es que no es Dios, es el demonio el que quiere que tu vida sea un infierno”.

Ella contestó:

-“Y qué puedo hacer si no tengo dinero, no voy a tener ninguna opción”.

El rostro de estos individuos comenzó a palidecerse. Y explotaron desmesuradamente con los últimos argumentos que les quedaban bajo la galera para engatusar a su víctima.

-“Pero si tú nos has dicho que trabajas, cómo puede ser que no tengas dinero”, dijeron ambos con gestos de quien está siendo vencido por su adversario. 

Vivian comenzó a deleitarse al oler la desesperación, la manipulación y el desenfado de estos tipos capaces de cualquier cosa con tal de lograr su objetivo: sacarla guita.

Llegó a tal punto la exasperación de estos inmundos mortales, que pretendieron destrozar con un solo golpe de efecto a su contrincante, con tal de llegar a la meta deseada, sin considerar que podían arruinarle la vida a una jovencita con todo el futuro por delante.

Vivian, sin perderles pisada, les repreguntó:

-“¿Y por qué no me curan ustedes?”

Ellos querían seguir disimulando lo que ya estaba a la vista de todos o por lo menos de ella, y le contestaron:

-“Es que no queremos que pienses que pretendemos cobrarte. Nosotros en realidad no atendemos a particulares porque nuestros aranceles son muy elevados, você sería una excepción porque você fue muy amable. Por eso le sugerimos a você que encuentre alguien que la cure porque es su fin sino lo hace”

No obstante, esos muchachos desalmados se estaban percatando que la porteñita se les escapaba de las manos, había que disuadirla lo antes posible o el día daría perdida al finalizar la jornada. 

Entonces le preguntaron haciéndose los pobrecitos para generar cargo de culpa:

“Você desconfía de nosotros? Si es así no hablemos más del tema; pero cuando pase el tiempo y no tenga salvación acuérdese de nuestras palabras”.

Pero como todo en la vida tiene un límite, la buena predisposición de la señorita llegó a su fin.  Y esa fue la gota que rebalsó el vaso. 

Vivian era brava cuando le subía la adrenalina, y ya no pudo contener su ira y se despachó a gusto. Pero nunca perdió el control de la situación y pudo gozar viendo a estos farsantes sacándose la máscara del abatimiento. Y morían con sus propias armas. 

Sin rodeos, ella les preguntó:

-“No comprendo que me planteen un futuro apocalíptico por un lado; y que por otro me digan que no pueden ayudarme y que me busque a un tercero pudiendo ustedes hacerlo. Tampoco entiendo que dos buenos individuos pudiendo socorrer a una desamparada sin recursos no lo hagan, si esa persona fue tan amable cuando ustedes le solicitaron ayuda”.



Los hombres no podían disimular el desconsuelo

al ser aniquilados verbalmente cuando las cartas marcaban todo lo contrario. 

-“Es que você desconfía” fue su última jugarreta. -"Sí", fue la respuesta, "Ya les dije que soy muy desconfiada. En la vida, prosiguió la joven, existe el bien o el mal. También existe gente buena o mala, no hay termino medio, Y ustedes o son lo uno o son lo otro", sostuvo muy firmemente la autorrecuperada presa.

Como les decía, sostuvo:

“Existen esas dos opciones. Hay una posibilidad de que ustedes estén aquí porque les he caído muy bien, además en gratitud por la buena fe que tuve en acompañarlos hasta el hotel sin intención alguna. O está la otra opción - y quiero creer que no es esta - es que hayan creído en mi inocencia y me hayan acompañado con el sólo fin de sacarme dinero, y si es así lo lamento profundamente por ustedes porque no tengo un peso para darles”.

Pálidos, cabizbajos, casi sin aliento, pronunciaron sus ultimas frases:

“Cómo puedes pensar eso de nosotros,  Es más te curaremos gratis si tú quieres; pero nos ofendiste al pensar tan mal de nosotros”.

Vivian lo único que quería era irse; pero no sabía hasta qué punto esos tipos estaban implicados en alguna mafia, secta o cosa parecida. Así que fue paciente y les dijo que les agradecía mucho; pero que no quería obligarlos a nada. Ellos insistieron y quemaron su último cartucho 

-“Nosotros vamos a curarte, lo único que te pedimos es que compres los elementos”.

Ya a esta altura de los acontecimientos, ella les siguió la corriente. 

Cómo cuáles, les preguntó. La respuesta fue aún más ilusa y tragicómica:

-“Agua del Mar Muerto, de la Tierra Prometida”, adujeron los estafadores de la buena fe, con cara de sabiondos. 

-“¿Y dónde se consigue?", preguntó la joven, sabiendo de antemano la respuesta. 

Ellos contestaron sin importarles parecer muy obvios:

-“Aquí en tu país no sabemos, nosotros poseemos pero en forma muy racionada y eso sí lo cobramos. Salvo que quieras hacerlo en persona por medio de velas; pero deberías conseguir un lugar donde hacerlo”.

Ella concluyó alegando que le era imposible conseguir un sitio especial y fue muy contundente cuando mirándolos fijamente les reafirmó por segunda vez: 

-"Si tuviera el dinero para alquilar un lugar ya les hubiera abonado la consulta, pero ya les dije que no tengo un cobre”.

Y llegó el final de esa cita, los dos ruines extraños se despidieron amablemente, sin lograr a cambio ninguna gratificación por el tiempo perdido en unos de esos clásicos cafés de Buenos Aires.

Ese día frío del mes de agosto a Vivian la pusieron entre la espada y la pared; pero finalmente logró salir casi intacta por un cobertizo secreto y zafó de las garras de estos especuladores perversos. Y hoy puede contarnos esta historia que parece de novela; pero que fue real. 

Es posible que seas la próxima víctima, no te dejes engañar. Estos seres lucran con la desesperación ajena, con el dolor y con la indignación de los demás. Y no se conmueven por las lágrimas ni vacilan a la hora de despojarles a sus presas los pocos bienes que poseen; ya que ellos no hacen distinciones entre clases sociales, razas y credos. En ese sentido son equitativos, ya que se amparan en la inocencia de los más crédulos y necesitados.


Por Andrea Sigal septiembre de 2000

 

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