LAS MENTIRAS TIENEN PATAS CORTAS

"No enseñéis a los niños nada de lo que no estéis absolutamente seguros. Mejor que ignoren mil verdades y no que conozcan una sola mentira.", John Ruskin.
"La verdad puede ser dulce o amarga, pero no puede ser mala; la mentira puede ser dulce o amarga, pero no puede ser buena.", Constancio C. Vigil.
"El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.”, Alexander Pope.
Un razonamiento lógico, recriminamos y nos recriminan las mentiras, pero somos parte de una gran fábula que inventamos muchas veces los adultos para no decir las cosas por su nombre. Y ahí quedó mi discurso al descubierto, cuando mi propio hijo de 8 años me miró con dolor a los ojos y me dijo sin pudor: “¿Cómo me pudiste mentir desde hace 7 años, si siempre me decís que odiás que te mientan?”.
Y, sinceramente, tiene razón.
Ahora voy a relatar, su desazón y mi vergüenza.
Como todos los días, empezamos a dialogar de las cosas cotidianas. Y vino la pregunta, que sabía que en cualquier momento llegaría, pero nunca me imaginé que me encontraría con semejante interpretación de mi confesión anunciada.
Mi hijo me cuenta; "¿Sabés mamá lo que me dijo una amiga? Que los Reyes en realidad no existen; que son los papás; pero yo no le creí, porque vos varias veces hablaste con ellos; y aparecían los regalos cuando todos estábamos durmiendo o cuando ni siquiera estábamos en casa". Lo miré y me dije en silencio: una cosa es ocultar información y otra engañarlo descaradamente en su propia cara. Seguidamente, le pregunté, de manera directa, si quería saber la realidad, y se la expresé “al pan, pan”. Lloró, se indignó y luego llegó el reproche, el enojo, y mucho después vino la resignación y el perdón.
Lo que más le molestó fue el engaño, el embuste de una mamá que le enseñó a ir siempre con la verdad a pesar de sus consecuencias poco amenas. Y tuve que explicarle lo que era una tradición, que no era fácil de cortar con un ritual que hacemos todos cuando somos padres. Que la idea es crearles una ilusión, etc, etc. Lo entendió no muy convencido.
Y empezó a continuación a hilar cabos.”Ah, entonces cuando hablabas con Los Reyes porque me portaba mal era mentira”. “Ahora entiendo por qué nunca me traía ese Wall E a control remoto que veía en Youtube”. Y agregó: “Lo que todavía no logro entender es cómo hacías para que aparezcan las cosas sin que me diera cuenta”. Y si nos ponemos a analizar a roso y velloso, qué triste es para un chico creer que es mejor o peor según los regalos que los Reyes Magos y Papá Noel eligen traerle en detrimento de los que les obsequian a los demás. O si el diente de uno tiene más o menos valor que el de los otros. Cuántas preguntas, para tan pobres respuestas.
Palabras van, palabras vienen, todo remediado, sin necesidad de ir a una psicóloga para que cure un trauma infantil. Pero, realmente, ¿Vale la pena mentirles a nuestros niños?
Y para broche de oro, me cuestionó casi inquisitivamente: “¿Me imagino que ahora que sé la realidad Papá Noel y Los Reyes van a seguir viniendo para mí, no?”. Por supuesto, fue la contestación ante tan inquisitiva interrogación.
Y a modo de perdón parafraseo a William  Shakespeare : "Duda que sean fuego las estrellas, duda que el Sol se mueva, duda que la verdad sea mentira, pero no dudes jamás de que te amo."

Por Andrea Sigal, © septiembre de 2011

Comentarios

Entradas populares de este blog

UN PERRO, UN HOMBRE, UN ABISMO

Que los hay, los hay... ¡Y Ojo porque andan sueltos!

LEÓNIDAS, UN LEÓN AMENGUADO