BANALIDADES
Aunque te quieras resbalar en lo que piensan los otros, es difícil escapar de la rutina observadora externa, ese ojo de lince que nos clavan en nuestro ser, para descalificarlo o criticarlo, sin conocerlo de veras.
Recuerdo cuando era adolescente y quería estrenar alguna pilcha diferente, cada vez que tenía un baile. La idea era cambiar en algo, combinar inconmensurablemente, verme de otra manera.
Pero siempre una voz interior, o más bien exterior, la de mi madre para ser más precisa, quería que no sea tan banal y superflua. Así que me taladraba que no tenía importancia repetir el atuendo; hasta que llegó esa noche en la que le hice caso. Le hice caso, porque unos pocos días atrás, había lucido una hermosa remerita blanca manga murciélago, con una inscripción I love, bordada en lentejuelas. Y quise reestrenarla en otro lugar, con otra gente. Feliz con el éxito, que había despertado en el sexo opuesto anteriormente, me volví a pasear oronda por la vida sacando pecho y levantando mi mentón al cielo. Hasta que se acercó un chico conocido y me dijo: - ¿Rusa vos nunca te cambiás la remera? Justo me tenía que encontrar con el único ser, que por haberme mirado tanto, también reconoció al trapo que llevaba puesto precedentemente. El resultado fue que, en un instante, recordé el avemaría completo; invocando en cada estrofa el nombre de mi vieja.
Por Andrea Sigal, © septiembre de 2011
Comentarios
Publicar un comentario