HIJAS DEL RIGOR


Nadie cambia a nadie, salvo a uno mismo

 

“Si tiene solución, ¿por qué lloras? Si no tiene solución, ¿por qué lloras?”


No entiendo a las mujeres que quieren escapar del sufrimiento, desbandándose por un callejón sin salida, camino a lo que les hace daño.
Conozco infinidad de ejemplares femeninos que van directo a la boca del lobo para ser devoradas, pausadamente, en reiteradas ocasiones.
Luego fingen sufrir, le atribuyen su suerte al destino, a la mala onda, a la envidia, etc. Y nunca se hacen cargo de sus actos, de sus decisiones, de sus enfermizas determinaciones.
Creo que no hay una sola damisela en este universo, que no haya caído alguna vez en este tipo de agujero. Algunas aprenden al primer tropiezo, otras luego de varios coscorrones y un número cuantioso de ellas no quieren instruirse nunca, para lograr aprender a auto defenderse de las aflicciones. Son hijas del rigor, como vulgarmente las llamamos.
Ahí las vemos, a veces cabizbajas con la mirada perdida o con una ansiedad que las consume de a poco, las adelgaza algunas veces o las engorda en otras oportunidades.
Ahí las vemos, rezar, maldecir, difamar, auto insultarse o vilipendiarlos; pero siempre corriendo en la misma dirección: hacia ellos. Buscando cambiar, lo que no tiene cambio. Lo que es así de esencia. Buscando transformar lo salado en dulce, lo dulce en miel; a pesar de que siempre las oímos quejarse de que les repugna todo lo empalagoso.
Las ves ahí, esperando ese llamado que nunca llega, implorando una migaja de afecto que se obtiene tarde. Y así esperando terminan desesperando.
Son las que si van a una disco, miran lo inalcanzable. Suspiran ardientemente por el que más irradia peligro, con sus aires de indiferencia. Ese que de tanto mirarse en el espejo, ya se ha olvidado de cómo se puede mirar a una mujer más que a su propia imagen. Todas ellas creen que los van a poder cambiar con el correr de los meses. Pero ellos nunca se modifican. Es más terminan modificándonos a nosotras.
Escuché muchas veces decir: “Eso es porque nunca se enamoró”. “Pero creo que ahora lo estoy conquistando y va a cambiar por mí”.
No conocí, en esta vida al menos, uno que de verdad cambie, por un período largo de tiempo, por amor a otra persona. Los cambios se generan a partir de uno mismo, hacia uno mismo.
Tampoco me topé nunca con un infiel empedernido que deje de serlo. “El hombre pierde el pelo, pero no las mañas”. Con sólo mirar el historial de una persona, sabrás a qué atenerte en un futuro. “Y no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Por esa razón, es evidente la ingenuidad de las que se embaucan con tipos que dicen llevarse mal con su esposa y que están a punto de separarse. Y atribuyen el divorcio a una cuestión de tiempo. Es todo muy ambiguo. Evidentemente, la cosa está mal parida desde el comienzo de la relación misma. Si no lo ven es porque prefieren hacer la vista gorda. O porque sucumben ante los desafíos que las apasionan en un primer momento. Y ya enredadas en estas dantescas comedias o melodramas van pasando los años y la ruptura conyugal nunca llega. Excusas por aquí y por allá. Plantones, fiestas solitarias, vacaciones sin pareja, etc. Hasta que al fin, la vida pasa, el reloj cronológico suena y se hallan en el umbral de la vejez, sin hijos, sin vida propia, con el mismo amante de siempre, y él siempre con la misma mujer y los mismos hijos que engendró con otra. Obvio, hay excepciones.
"¿Para qué hacer cosas de las que luego tendrás que arrepentirte? No es necesario vivir con tantas lágrimas. Haz sólo lo que esté bien, aquello de lo que no tengas que arrepentirte, aquello cuyos dulces frutos recogerás con alegría." Dhammapada 5: 8-9

También encontramos damas que se enamoran de algún conocido y entretejen fábulas que creen que algún día van a poder cumplir. A veces de tanta fábula cuando la realidad aflora ni siquiera pueden abstraerse y prefieren dejar pasar al príncipe real, para poder seguir soñando con el imaginario. O reemplazarlo por otro amor platónico. Porque en los sueños todo se ve más emocionante. Y mientras tanto, se entretienen llorando porque no logran tenerlo. Y, luego, lloran cuando logran tenerlo porque no era lo que querían.
Lloran porque no reparan en ellas, y lloran cuando reparan en ellas.
Lloran porque es de otra, y lloran cuando consiguen que no haya más otra, porque era mejor verlo de vez en vez y no tener que lavar calzones, hacer comida, y aguantar los ronquidos que hacen temblar toda la casa. Y encima ahora es otra cualquiera la que se perfuma para gozar con él tan sólo un par de horas por semana.
Lloran porque no son correspondidas. Y lloran también cuando son correspondidas en demasía.
Lloran porque fueron abandonadas y lloran también cuando abandonan.
Lloran porque no son valoradas, admiradas. Lloran porque no gustan, lloran porque les gusta llorar. Sino, no se entiende tanta empecinación por algo que está putrefacto desde el comienzo.
Otras argumentan que no pueden escapar del amor, que ya están sumergidas, sin quererlo, en un romance espurio. Pero antes de caer en la tela araña, ¿Acaso no la vieron floreando en todo su esplendor? ¿No pensaron en las consecuencias? ¿Creyeron que todo es gratuito y fortuito en esta vida?
No, háganse cargo de su propio destino, no hay que echarle tanto la culpa al más allá, cuando somos las que tomamos nuestras propias decisiones.
A veces, las cosas pasan porque tienen que pasar, pero otras veces nuestra falta de confianza, nuestras necedades, nuestros caprichos, nos llevan a dar vueltas en un círculo vicioso.
Miremos hacia nuestro interior; allí está la respuesta. Si te gusta sufrir, hacete cargo; y sino cambiá. Todavía estás a tiempo de poder ser feliz.

“Es fácil ver las faltas de los demás, pero ¡qué difícil es ver las nuestras propias! Exhibimos las faltas de los demás como el viento esparce la paja, mientras ocultamos las nuestras como el jugador tramposo esconde sus dados”. Dhammapada 18:18

Por Andrea Sigal, © Enero de 2012

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