"CARPE DIEM" DIARIO DE UN AMOR QUE NO FUE
“Carpe díem, quam minimim credula postero”.
Era un verano en las postrimerías del siglo pasado. Hacía unas semanas que ella no tenía noticias de su gran amor. Un amor que había nacido poco a poco en la facultad de Ciencias Sociales, donde ambos estudiaban una carrera en común. Esa atracción no sucedió a primera vista. Se fue construyendo, se fue consolidando hasta transformarse en un sentimiento sólido, inquebrantable.
Al principio, se miraban sin verse. No habían develado aún la esencia de uno en el otro, que luego los llevaría a unirse en charlas exquisitas, en debates profundos, en ironías cómplices, en ideologías comunes, en fascinaciones evidentes.
Él era un chico atractivo, seductor. Ella tenía un no sé qué que la hacía única. Pero cada uno tenía su vida, sus amoríos, sus historias, sus presentes, sus propias realidades. Ella estuvo un tiempo de novia. Él iba y venía de flor en flor; pero no se posaba en ninguna en especial, como marino errante que para a descansar en cualquier puerto; pero que no se queda definitivamente en ninguno.
En la intimidad de su cuarto ella un año antes escribía en su diario íntimo:
“Te quiero tanto que no puedo más. Cómo decirte lo que siento teniéndote tan cerca de mí. ¡Qué difícil! Son tus ojos, tu sonrisa, tu manera de ser lo que me vuelve loca. Creo que nunca me pasó algo así, porque tenés “todo” lo que siempre soñé. Más sería una utopía. Sos esa utopía, porque no podés ser tan perfecto. No es una exageración de mi parte, siempre tuve mi ideal, siempre busqué en un hombre la perfección en sentido abstracto. Y si bien tenés tus defectos como cualquiera, hacen que seas aún más especial para mí. Tu sonrisa me puede, tu seriedad me inquieta y tu impronta me mata de amor. Pero por sobre todas las cosas amo tus convicciones, tus ideales, tu sensibilidad, tu carisma. Por eso, no te extrañes si un día de estos notás que te estoy mirando diferente. Por eso no te extrañes si un día dejo salir mis sentimientos para que toquen tu corazón. Por eso no te extrañes si ya estás notando que te quiero, soy tu amiga, pero de otra manera”.
En esos ires y venires, reuniones grupales, bailes, trabajos prácticos, cumpleaños, fiestas, encuentros porque sí; un día, no se sabe cuándo, se encontraron en una mirada, en una palabra, en un silencio. Se miraron y sin decir nada se comprendieron. Había algo especial en esa unión fraternal. Estaban todos los presentes, pero eran sólo ellos, que hablaban como si el mundo no existiera. Y se eternizaban juntos, como el árbol Yeonriji.
“Estamos más unidos, nos llamamos, nos buscamos, nos entendemos, que es lo más importante. Hay veces que tu mirada me lo dice todo, otras veces me percato por tus actitudes -yo soy tu centro y obvio vos sos el mío. Pero es más difícil todo, porque somos amigos. No como cualesquiera; como nosotros. Imaginate que no es fácil ser tu amiga, tenerte y no tenerte; mirarte y disimular; celarte y callar… y tragarme lo que siento. Cada vez me cuesta más tenerte y no tenerte. Hablarte y no poderte decir la verdad de lo que me pasa. En el fondo de mi ser tengo miedo de decirte “todo” y que para vos ese “todo” no sea “nada”. Es una ironía seguir soñando que “algún día”… Ya que ese “algún día” ya hace mucho tiempo que lo estoy esperando sin respuestas”.
Ella lo idealizó, lo creó a imagen y semejanza de sus propios deseos. No soportaba pensarlo diferente, con defectos propios de un ser terrenal. Con bajezas, destratos, egoísmos.
Ese día de febrero, fue sincrónico para ella, se le cayó el mundo encima, cuando un amigo en común le contó la buena nueva, él estaba comenzando una relación seria. Por eso estaba desaparecido. Ella trató de disimular su dolor profundo. Pero por dentro su mundo se hizo trizas. Dos cosas que sucedieron simultáneamente. No eran ellos, como había creído, no había “un nosotros”. Era él, por su lado, con su nueva vida. Y ella, por otro, que quería que se la trague el universo entero. El tener que reinventarse a futuro, si era eso posible.
Cuando se quedó sola, tomó un papel y se puso a escribir lo que nunca le diría de frente.
“Qué cosa más extraña, resultaste un fraude e igual te extraño. Es como algo difícil de desarraigar de mí. Nada importa, todo parece vacío y tengo ganas de llorar hasta desaparecer. Lo sabía, sabía que algo andaba mal últimamente entre nosotros. Fuiste cruel pero no creo que sepas que me importa tanto. Estoy en esta vida sin sentido. Tengo tanto para dar; y sin embargo, no encuentro en quién depositar todo este amor que no quisiste. ¡Qué difícil! ¡Qué imposible! ¿Cómo olvidarte mi creación? Porque no existís, sos un invento, sos mi triste utopía. Pero te extraño, te extraño, te extraño...Qué dolor, qué dolor, qué dolor… No entiendo, me gustaría no haberte querido nunca. Aprendí de vos a humanizarme, a sentirme más socialista, más valorativa y menos superficial. El reencontrarme con mis raíces. Creí que eras así: un chico distinto, atractivo, seductor, humano, virtuoso; pero no, sos una imagen, mi imagen, soy tu creadora, porque no existís. Quiero querer a un hombre carnal, verdadero, quiero que me quieran así como soy, sin cuestionamientos. Cuánto amor desperdiciado, cuánta soledad. Me gustaría conocer a ese que fuiste, a ese que nunca existió. Aunque vivió en mí y ya no puedo olvidarlo”.
Así, con el alma desnuda, resquebrajada y vacía. Así se quedó por mucho tiempo. Arrancada de cuajo, en su mejor momento, casi florecida. Depositada en una maceta de tierra fértil. Allí olvidada en un rincón, próxima a marchitarse externamente. Pero en lo profundo de su ser, en lo esencial, más enraizada que nunca, buscando su tierra para echar raíces profundas y definitivas. “Carpe díem, quam minimim credula postero” (“Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana”).
Por Andrea Sigal © 2020
Comentarios
Publicar un comentario