EL PAVO PAVOTE


El pavo Pavote se pavonea orondo, pero nadie repara en su altanería desmesurada. Sabio nato si los hay, de capacidad infinita. No para de hacerse preguntas sobre la vida. Filosofar sobre vaguedades cotidianas es su pasión. Es de vuelos cortos, como buen pavo, siente que lo bajan de un hondazo a la triste realidad que lo tocó vivir.

Su estirpe fue venerada desde tiempos remotos por la cultura aborigen oriunda de la América ancestral. Cómo podrá evitar exaltar su linaje, si su linaje era digno en aquellos siglos de hidalguía. Cómo podrá hacer para demostrarle al mundo que su Tótem es símbolo de generosidad al prójimo, de sacrificio. A nadie le importa. Es solo un pavo. Un pavo Pavote. Qué melancolía pensarse diferente, enamorarse del reflejo propio en el manantial y salir al mundo y ser visto tan disímil a lo que el espejo acuoso mostraba.
El establishment animalesco mira con otros cristales, busca otras cosas en el otro espécimen, no está acostumbrado a encontrarle atributos a un pavo, si al fin y al cabo es una simple gallina de las Indias, de qué linaje hablan. No entienden su verborragia extravagante, su chillido gutural único, lleno de densas quejas mundanas. Su glugluteo se puede escuchar a un kilómetro y medio de distancia. Quejas y más quejas, quejas por no ser valorado, por no ser reconocido. Por no ser adulado. Quejas que alejan y no dejan que se pueda apreciar su intelecto profundo. Sección quejas, alejan a la muchedumbre.
Lo que pasa es que la vida está llena de leones, de tigres de Bengala, llamativos, majestuosos, imponentes, seductores. Qué puede hacer el Pavote ante tanta opulencia. Entonces se acobarda, se tuerce, se encorva y se esconde. Prefiere callar, cubrir su gallardía, sus gritos insolentes, que se transforman en un piar débil, inofensivo. Creyendo que el rugido de un león puede más que su grito de victoria. Y la victoria se busca siempre, aún vencido. Porque las bengalas tarde o temprano detonan, en alguna festividad navideña o en algún fin de año o en cualquier ocasión festiva. Y toda esa fogosidad culmina en un estruendoso bullicio. Pura pólvora superflua, luz, ruido y falta de contenido, que atraen hasta que el show termina. Toda una vida siendo para no ser nada. Y con eso no vale la pena competir, solo dejar que su momento concluya. Pero nunca permitir ser cena de una noche de gracias. Ni plato servido para ser devorado. Mejor volar. Volar bien lejos, más si es una fiesta dónde disfrutan los otros y uno es solo el plato comensal.
En cambio, el pavo es otra cosa, aparenta estar resignado, pero jamás dejará su casta abandonada a la suerte; a pesar de los tropezones, del menosprecio ajeno, de la jungla hostil que lo rodea - si logra huir a tiempo -, o de hacer oír su graznido; podrá ir a dormir una siesta reconfortable recostado en la copa de un árbol, pero no solo dormirá, soñará despierto con su utopía latente. Con sus proyectos delirantes. Porque un pavo no devorado no es solo un pavo es guajalote, gallipavo, pavón, jolote, guaraca, cócono… como quieran llamarlo.
En cautiverio, Pavote no aprendió a usar sus alas, se acostumbró a refugiarse en su hogar, creyendo que sus miembros no servían para levantar vuelo. Era más fácil esconderse que intentar crecer, y cortar las cadenas del miedo a ser engullido y pilotar su propio destino, ir allá remotamente para concretar su propia utopía y darle lugar al no lugar. Las cosas suceden porque hacemos algo para que sucedan, lo que hoy existe ayer ni siquiera estaba en los planes de un delirante utópico. Pero si hoy alguien  lo fantasea como el pavo Pavote, mañana seguramente sucederá. Y más viniendo de quién viene. Las alas se hicieron para volar y todavía no se dio cuenta. Cuando lo haga no habrá quién lo pueda bajar con ningún censurador hondazo. Porque su temple resistirá cualquier intento de golpe.
 Espero poder verlo abrirse al universo. Será magnánimo bajo la brisa del viento y el chocar de las nubes que bailan en un cielo azul. Y su voz, al fin, se hará oír por donde quiera que vaya.


Por Andrea Sigal © septiembre de 2017

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